Disculpad que no haya dado señales de vida en tanto tiempo. En las últimas semanas he tenido que lidiar con mucho trabajo y con obras en casa, por lo que no tenía tiempo ni nervios para escribir para el blog. Y eso que últimamente se acumulaban posibles temas: pensaba escribir un artículo de mala leche sobre el extraño sentido (¿común?) de justicia en España (solo digo “Camps” y “Garzón”) o arremeter contra las medidas del gobierno español que repercutirán en un enorme retraso de España en los ámbitos de educación, sanidad, medio ambiente y derechos del trabajador. Sin embargo, estos temas se están discutiendo tanto y en tantos medios, que no os voy a aburrir con otra crítica más. No, ¡prefiero aburriros con un artículo sobre las obras en mi casa!
Desde hace una semana vivo y trabajo en una zona cero, que antes se limitaba a la cocina. No obstante, ahora la cocina no es más que el epicentro de un tsunami de obra que ha inundado todo el piso de plásticos, herramientas, escombros y una capa de polvo del grosor de un dedo. Si alguna vez necesitáis una estadística sobre las letras más usadas de un traductor de alemán y castellano, podré ofreceros datos seguros basados en los depósitos de polvo de diferente grosor en mi teclado. Al mismo tiempo me ahorro un montón de pósits, ya que puedo anotar cosas directamente con el dedo en la tabla de mi escritorio. Pero la obra no solo tiene ventajas, ya que la banda sonora basada en el martillo neumático y la radial influyen notablemente en mi capacidad de concentración. Algunos amigos opinan que es la preparación ideal para nuestra descendencia gemelar, si bien me advierten de que ésta vendrá sin botón de apagado, claro…
En general, no me puedo quejar, porque la empresa de reforma y sus trabajadores (españoles y búlgaros) son más que eficaces y trabajan meticulosamente. La verdad es que me cuesta creerlo tras varias experiencias muy malas en el pasado. Después de que un valenciano impaciente, junto con su suegro enfermo de corazón y un barman mejicano, me reformara el despacho y, años después, un valenciano arrogante con un cubano muy tranquilo renovaran el cuarto de baño, ahora ya contamos con una buena tropa, que es inusualmente rápida, eficaz y puntual. Me podría acostumbrar, si no fuera por la obra en sí. Lo peor son el ruido y las continuas interrupciones, que me sacan de quicio y hacen que mis jornadas sean bastante improductivas. Cuando suena el timbre, ya ni me molesto en preguntar: abro directamente a quien sea. Si entre fontanero, albañiles, jefe de obra y electricista vinieran los Testigos de Jehová, podrían pasar directamente a la obra. En realidad, podría dejar la puerta completamente abierta, si no fuera por mi perra, que, ya el primer día, aprovechó la ocasión para pasearse a sí misma por la calle. Así que la puerta abierta no parecen una buena solución.
De modo que ahora soy traductor y portero. Ayer, de repente se presentó un policía en la puerta del piso para preguntar por el contenedor de escombros colocado delante de la finca. La correspondiente licencia de ocupación de la vía pública está pegada en la puerta de la finca, al lado de la licencia de obra, pero no fue lo que le preocupaba al policía: quería saber si nuestro contenedor y los escombros seguirían ahí durante el fin de semana, porque el carnaval local, por desgracia, conlleva todos los años unos choques violentos entre policía y algunos jóvenes, que aprovechan lo que encuentren en la calle como proyectiles. Pero como aun necesitaremos el contenedor unos días más, es posible que, involuntariamente, nos convirtamos en proveedores de proyectiles durante este fin de semana . ¿Puede que volvamos a ver nuestra antigua cocina modular en las noticias?
PD: Por cierto, mi mujer y yo no tenemos espíritu carnevalista, y nuestra tradición consiste más bien en no meternos en este follón. De todas formas, no triunfaríamos con nuestro disfraz de ácaros del polvo…